El recomendado

A veces me siento fallecer. Con el sol incidiendo directamente sobre mi cuerpo y esta presión de verme rodeado por tantos otros. Todos pegados, apelotonados en estos pisos interminables. Necesito que me dé el aire, que alguien me tienda la mano y me saque de aquí. Que sepa leer entre mis páginas todo lo que me callo y guardo dentro. Pero no me escuchan.

—¡Estoy aquí! ¿No me veis?¡Sacadme!

Y de pronto, un día, un 23 de abril, una bibliotecaria me recuerda, viene a buscarme, me saca y me coloca en el mismísimo centro de una estantería protegida por el sol. Me expone ante todo el mundo para que me elijan a mí. Solo a mí. 

Y yo ahueco mis páginas y vuelvo a renacer. 

La inmortalidad

Muchos mitos narran conflictos entre dioses y humanos, pero no es el caso de Seshat, la diosa egipcia de la escritura. Es poco conocida. Pasa los días plasmando, en un rollo interminable, punto por punto aquello que desearía vivir. A mí, una humana del montón, me maravilla cuando, por la noche, visita mi cama y entre besos, me promete que nuestro amor será eterno. Y puede que algo de razón tenga porque cada mañana, cuando me despierto, me siento inmortal.

La cuarentena

Y ya está. Solo queda obedecer y salir adelante. Los años no pasan en balde. Atrás quedan noches de cine, tardes en el sofá, comidas caseras, sobremesas interminables. Sábanas limpias, nevera rebosante, mesa puesta, risas, berrinches, peleas, besos y babas. Mimos, cuidados, hogar. Dejo estanterías vacías, un armario desolado, el viejo escritorio en penumbra y parto. Mis padres, radiantes, impacientes, orgullosos, firmes se despiden de mí al pie de la escalera. No tengo otra opción, ya no puedo volver, ha llegado la hora. Con lágrimas en los ojos, me aferro a mis dos contratos: el de trabajo y el de alquiler y salgo solo a enfrentarme al ancho mundo.

Crisis

Ilustración de Sara Lew

La funcionaria y el doctor se encuentran de madrugada en el ascensor. Ella lo observa disimuladamente. Le parece que tiembla, pero puede ser una interpretación errónea. Como cuando le bajó un bizcocho tras lo que creyó que era una insinuación. El doctor sale en el tercero sin despedirse siquiera. Cuando las puertas se cierran, las golpea con el puño apretado. En el recibidor de su casa, el bizcocho, ya endurecido, lo mira con desprecio. La funcionaria continúa hasta el séptimo. Sobre el mueble de la entrada, brilla su antigua alianza. Juraría haber visto a su gemela en el dedo anular del doctor. Pero podría equivocarse, ya le ha ocurrido antes.

Sueños y minucias

Imagen de Romina @Interventaria


Jimena cumplía 8 años el día en que decidió que quería ser una mujer. Había pasado la mañana leyendo sobre ellas en un libro que le habían regalado sus amigas. Eran unos seres realmente interesantes. Miraba las fotos en color y se imaginaba su vida a partir de entonces. Sus padres se preocuparon mucho cuando les contó sus intenciones porque cuando se le metía una idea en la cabeza iba a por ella hasta el final. Le explicaron lo difícil de su empresa, pero ella dio por zanjada la discusión con un bostezo. Sería una mujer y punto pelota. Recogió cuidadosamente sus veinte tentáculos, giró 180 grados su cuello gelatinoso y se retiró a dormir con la altivez propia de su especie. El tema de cómo convertirse en una humana lo empezaría a estudiar al día siguiente, después de un merecido descanso.

Para los Viernes creativos (El Bic naranja)

Dedicado a mi sobrina Jimena, que pone una de esas caras😃

De setas y de luz

Dibujo de Mar Planelles Rapún @xarquito_arte

No solíamos usar la terraza. Alguna vez salíamos a regar, pero poco. Demasiado soleada, demasiado ventosa. Un día, nació una seta en la maceta del triste cactus. A partir de ese momento, se veía más feliz. Se enderezó, echó raíces. Le brotaron flores en lo alto y le sonreían los pinchos. Luego, emergió otra en la base del aloe y, por fin, las hojas se le atiborraron de leche sanadora. Y germinaron otras y otras más. La terraza se nos llenó de setas. Las plantas estaban contentas y nosotros salíamos a menudo para contemplarlas. Se nos contagiaba la risa. Ahora no sabríamos vivir sin ellas. Son la envidia del barrio. Desde los balcones cercanos, la gente se asoma a disfrutarlas. Algunos vecinos se nos presentan en casa con cualquier excusa para pasar un rato con ellas. Y es que sin las setas, la vida se queda gris. Ellas son el centro y los demás pululamos a su alrededor. Nosotros somos las polillas y ellas, la luz.

El cuento de nunca acabar

La maestra escenifica un cuento sobre la paz. Los ojos abiertos de los niños la contemplan extasiados. Las bocas abiertas. Gesticula y se mueve a lo largo de la plataforma. El público aplaude cada una de sus ocurrencias. De pronto, una niña empieza a llorar. La que está a su lado la abraza y poco a poco se van sumando los demás. El grupo se transforma en un ovillo de lana de colores. Compacto, blando, suave, delicado. La maestra se une a ellos. Hoy ha conseguido distraerlos durante veinte minutos. Incluso les ha sacado alguna sonrisa. Le ha parecido intuir un tímido intento de carcajada. El estruendo de la bomba les ha devuelto el miedo. En la estación de metro abandonada, la clase de 1º tiembla bajo el peso de la guerra.

Micro seleccionado para el mes de marzo del X Certamen de Microrrelatos Javier Tomeo.