No solíamos usar la terraza. Alguna vez salíamos a regar, pero poco. Demasiado soleada, demasiado ventosa. Un día, nació una seta en la maceta del triste cactus. A partir de ese momento, se veía más feliz. Se enderezó, echó raíces. Le brotaron flores en lo alto y le sonreían los pinchos. Luego, emergió otra en la base del aloe y, por fin, las hojas se le atiborraron de leche sanadora. Y germinaron otras y otras más. La terraza se nos llenó de setas. Las plantas estaban contentas y nosotros salíamos a menudo para contemplarlas. Se nos contagiaba la risa. Ahora no sabríamos vivir sin ellas. Son la envidia del barrio. Desde los balcones cercanos, la gente se asoma a disfrutarlas. Algunos vecinos se nos presentan en casa con cualquier excusa para pasar un rato con ellas. Y es que sin las setas, la vida se queda gris. Ellas son el centro y los demás pululamos a su alrededor. Nosotros somos las polillas y ellas, la luz.
Para las mujeres en su día. Porque sin ellas (sin nosotras) el mundo se queda triste y gris. Porque sin ellas, no hay mundo.
Cuánto arte femenino bajo el mismo techo.
Creatividad en familia😍
Preciosa metáfora! Un abrazo!
Muchísimas gracias😍Un abrazo para ti también
Qué bonito Aurora- Tanto el texto como el dibujo. Felicidades para las dos!!
Besicos muchos.
Muchas gracias, guapa. Un abrazo fuerte😍😍
Qué sería de la vida sin la setas…
Saludos,
J.
¡Eso digo yo! Ea😍