Dimes y diretes

Se acabó la fiesta. Tuvimos que sacarla casi a rastras. Ignoraba que fuera a hacerle efecto tan rápidamente. Cayó fulminada con una sola pastilla, la que le metí en la Coca Cola. Necesitaba anestesiarla un poco para que no viera lo que se cocía a sus espaldas. Ya que estaba temporalmente fuera de servicio, aproveché para explicarle a su hermana que el caradura del novio se dedicaba a coquetear con todo bicho viviente y, para colmo de males, la que se comentaba que había sido su última conquista estaba sentada en el mismo banco en el que estábamos nosotras. Lo que no le dije a la hermana es que yo también tuve un pequeño desliz con el elemento en cuestión y que, como me sobraban 7 de las 8 pastillas que había conseguido hurtar en la farmacia de mis padres, seguramente, al novio de la pobre Juliette le iba a costar más despertarse de la siesta provocada por el último cubalibre que se había tomado en el guateque.

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